Autor: Julen Plazaola
Vivimos en una era en que las cuestiones relacionadas con la energía han penetrado como nunca en la conciencia colectiva. Y no es que el acceso energético sea hoy más crítico que en otros tiempos, ni mucho menos – somos capaces de obtener energía de miles de fuentes distintas, a diferencia de hace unos siglos –, sino que los vaivenes geopolíticos y del mercado nos afectan más que nunca a título individual (especialmente en nuestros bolsillos), lo cual ha acabado por despertar interés e inquietud en la población. Nadie duda de que estamos viviendo tiempos de grandes cambios en el sector energético, alentados por los graves efectos climáticos que ha tenido el haber dependido durante tanto tiempo de la abundante y barata energía proveniente de los combustibles fósiles, pero ese paradigma está cambiando.
Sin embargo, aunque dicho cambio se esté dando no lo está haciendo al ritmo necesario para poder revertir la crisis climática en que estamos inmersos, y eso a pesar del aviso insistente de los organismos internacionales acerca de la urgencia de la situación. ¿Cómo es posible que, sabiendo lo que sabemos sobre las consecuencias que tiene seguir quemando combustible, cerca de un 80% del consumo energético mundial siga siendo fósil? ¿Qué falla para que la transición a las energías renovables vaya tan despacio, a pesar de la insistencia de los distintos gobiernos?
Probablemente no haya una respuesta única al problema planteado, pero desde luego hay un elemento que influye en casi todo lo que ocurre en los órganos de decisión más importantes: el mercado. Y es que, como sabiamente escribió Quevedo, poderoso amigo es Don Dinero. Todas las revoluciones que han ocurrido a lo largo de la historia se han dado siempre a consecuencia de un cambio de ciclo económico que subyacía en la sociedad, el cual actuaba de polvorín que, prendido por la chispa del descontento social, hacía que el sistema estallara en mil pedazos. Nuestra crisis actual no es diferente de los casos precedentes. A pesar de que existe un clamor social para que las cosas cambien, desde el punto de vista del mercado sigue siendo más rentable seguir dependiendo y extrayendo energía de los combustibles fósiles.
Pero cada vez menos. Y ahí es donde deberíamos depositar nuestras esperanzas, ya que, si nos atenemos a los datos, vemos cómo el precio de la energía fotovoltaica descendió un 85% en la década pasada, y el de la eólica más de un 40%. Pero es que además, hay estimaciones que establecen el peak-oil – curva de la producción de petróleo – del crudo convencional en el 2005, y el del no-convencional (shale oil) en el 2018. Es decir, que la producción está bajando y que cada vez habrá menos petróleo en los pozos, por lo que las compañías productoras van a tener que dedicar más recursos para poder extraerlo, lo cual hará que sea más caro. En el caso del carbón, se cree que la producción máxima llegó en 2019, y la del gas se espera que llegue en esta década. Que la energía fósil sea cada vez más cara es una excelente noticia para que otras fuentes de energía más limpias puedan acaparar una mayor parte del mercado, e ir desplazando a las sucias a una posición marginal.
No cabe duda de que poner las esperanzas en que sea el mercado mismo quien corrija la crisis climática en que él mismo nos metió es ingenuo e irresponsable, y es por eso que los gobiernos de los distintos países, más que ponerse a esperar a que el mercado revierta la situación, siguen buscando soluciones e incentivando políticas que aceleren el cambio tan urgente que se necesita, y bien que hacen. Por el bien de todos. Y también del mercado.